Comencé a escribir en mi niñez, cuando aún respiraba el aire puro de las montañas mendocinas. Mis primeras lecturas tuvieron lugar bajo las sábanas, acompañada de una linterna de mano y el silencio orador de las noches. En mi adolescencia, abandoné ciertos pudores y me propuse vaciar cajones. Desde entonces, mis seres queridos -y a veces algunos entrañables enemigos- leen lo que escribo con resignación infatigable. Ejerzo el periodismo gráfico desde muy temprana edad. He colaborado en varios medios de mi país, lo cual me ha permitido tomar gratuitamente el mejor curso de materia prima para escritores nouvelles que haya conocido jamás. La curiosidad me llevó a estudiar la carrera de Comunicación y gracias a esa pequeña cobardía, doy clases en la Universidad de Buenos Aires. Con el tiempo he podido asimilar que la genialidad no me ha sido reservada en esta vida. Sin embargo, no por ello dejo de apostar a la palabra. Única heredera de cualquiera de mis sueños privados.
Las poesías que llegan a sus manos recorren distintos aspectos y distintas etapas de mi vida.
Todas fueron escritas en noches de fiebre.