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Breve historia del libro. Los libros en la Edad Media
20/6/2003


En un principio, este tipo de libro se usaba para registros contables o como manuales escolares, y consistía en un cuadernillo de láminas rayadas hechas de madera y cubiertas de cera, de modo que se podían escribir con algo afilado y borrarlas después. Entre estas tabletas se insertaban, a veces, hojas adicionales de pergamino. Con el tiempo, fue aumentando la inclusión de las hojas en disminución de las tabletas. Así se llegó a hacer los códices solamente con cuadernillos plegados entre dos planchas de madera que se ataban con correas.

En la Europa de comienzos de la Edad Media, eran los monjes quienes escribían los libros y determinaban sus contenidos. Hacer libros dejó de ser una quehacer meramente cultural para ser una actividad religiosa. Los libros se producían con todo lujo: contenían dibujos realizados en tintas doradas y de otros colores, que servían para indicar los comienzos de sección, para ilustrar los textos o para decorar los bordes del manuscrito. Tenían portadas de madera, reforzadas a menudo con piezas de metal, y cierres en forma de botones o candados. Muchas de las portadas iban cubiertas de piel y, a veces, estaban adornadas con trabajos de orfebrería en oro, plata, esmaltes y piedras preciosas. Estos bellísimos ejemplares eran auténticas obras de arte en cuya confección intervenían artistas, orfebres y escribas profesionales. Y, como buenas obras de arte, eran objetos escasos y costosos.

Ya en el siglo VI a. C., en China, se imprimían textos utilizando pequeños bloques de madera con caracteres incisos. Por supuesto, imprimir libros a partir de bloques reutilizables resultaba más rápido y cómodo que tener que escribir las distintas copias del libro a mano, pero se necesitaba mucho tiempo para grabar cada bloque, y se podía utilizar para una sola obra. Recién en el siglo XI, los chinos inventaron la impresión a partir de bloques móviles, que podían ensamblarse y desensamblarse entre sí para componer distintas obras. Hicieron, sin embargo, muy poco uso de este invento, porque el desmesurado número de caracteres de su idioma —unos 7.000 ideogramas— volvía, en la práctica, inabordable el empleo del sistema.

Pero la nueva tecnología sí prosperó en Europa, sobre todo a partir de Gutenberg, que fue quien dio con la aleación óptima para fundir los tipos móviles. La Biblia que publicó en 1456 fue el primer libro impreso con este sistema. Estos avances tecnológicos simplificaron la producción de textos, convirtiéndolos en objetos relativamente fáciles de confeccionar y, por tanto, accesibles a una parte considerable de la población. En el siglo XVI, el número de obras y el número de copias por cada obra aumentaron de un modo espectacular.

Sin embargo, a pesar del cambio extraordinario en la fabricación y en el comercio del libro que implicó la imprenta, se dice que la verdadera revolución del libro es la que mencionamos al principio, la del paso del rollo al códice, porque es este el salto que modifica más profundamente la percepción de los contenidos, la apropiación de los textos y la relación con la cultura escrita. Un salto que los teóricos consideran casi tan amplio como el que separa al libro en papel del libro digital. Pero esto ya será tema de la próxima entrega.


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