Drácula me ha fascinado siempre como pieza literaria. A la vez, su verdad
psicológica me alarma. Es fácil comprobar que este mito sigue operando en el
umbral del inconsciente de todos los seres humanos.
Pocos mitos hay tan universales e inquietantes como el del vampiro. En todas las
culturas, la sangre es percibida como una forma de energía vital y hasta la
propia Iglesia Católica tiene como dogma la transubstanciación del pan y el vino
en cuerpo y sangre de Cristo ("Quien lo coma y beba, adquirirá sus propiedades,
es decir, la Gracia Santificante"). Una especie de canibalismo ritual, según la
escuela Psicoanalítica de Freud.
Drácula es un paradójico "muerto vivo" que reposa en su ataúd, condenado
eternamente sin reposo. Vive protegido por las tinieblas de la noche, dueñas y
señoras del espacio infernal, pero no puede hacer nada ante la luz solar,
símbolo de Dios. Se trata de la lucha eterna entre el bien y el mal.
El vampiro también representa al seductor depravado que penetra sus caninos
fálicos en la carne de la doncella virgen y la desflora haciendo manar su
sangre. Cae entonces en un letargo postorgásmico, pasado el cual desea de nuevo
succionar sangre fresca. Perdida su inocencia, las víctimas, doncellas vírgenes,
se transformarán también en depredadoras sexuales.
Sin embargo, el vampiro, no es tan omnipotente como se presenta. Se asemeja
mucho al protagonista de la tragedia griega, porque él también es víctima de su
destino, cosa que asume con toda dignidad. En realidad, la sangre no es otra
cosa que la vida misma con atributos que va más allá de los físicos. En el
"beso" del vampiro literario, radica el veneno que succiona la vida y la
voluntad de la seducida.
Las características del vampiro se asemejan mucho, en sus aspectos depredadores,
a la sombra interna, y este aparece como símbolo del inconsciente (en su aspecto
más instintual) que seduce y devora al consciente (el aspecto luminoso).
Lo significativo es la versatilidad de ese ser que ha sido dibujado en diversas
culturas y en diferentes tiempos hasta nuestros días. Pero su fama y su glamour,
y la imagen que todos conocemos, llegó con las novelas de Bram Stoker y las
versiones retocadas de su Drácula en Hollywood. Su figura cobró
popularidad y fuerza, tanto que se instaló en el imaginario colectivo, se
formaron grupos o clubes de fans y hasta ejerció una influencias nefastas sobre
psiquismos enfermos que creyeron encarnar al famoso vampiro, convirtiéndose
algunos de ellos, en asesinos seriales. La pregunta que cabría formularnos es:
¿por qué su figura sigue siendo tan actual? ¿Por qué atrae tanto a jóvenes y no
tan jóvenes? ¿En qué se nos parece, y qué nos muestra de nosotros mismos? ¿En
qué tememos parecernos? ¿Acaso no negamos un aspecto (oscuro) de nosotros mismos
que no aparece en el espejo?
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