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Reseña de un clásico: El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
María Eugenia Sánchez 28/1/2002


Nada más concreto y esencial en la existencia del hombre que la dualidad que lo anima, que lo hace ser. Esta contradicción -la misma que agobió en sus primeros pasos a Adán y a Eva- es la que azota de manera inmisericorde la controvertida existencia del Dr. Jekyll y de su sombra, el oscuro Mr. Hyde. En su corazón anidan simultáneamente vicios y virtudes, y es por eso que se mueve permanentemente entre el fango y la iluminación, entre el ego descomunal y la conciencia rectificadora. Como el mismo San Pablo que exclamaba, presa de sus propias contradicciones, “y termino haciendo el mal cuando quiero hacer el bien”.

Pero Stevenson hace más que mostrar la dualidad: se regodea como animal satisfecho y sueña con ser Dios permitiendo la mutua expresión de esas oposiciones en sus protagonistas. El bien y el mal, observándose y siendo en un tiempo el mismo y el contrario, todo aquello que ambos personajes quieren ser y, al mismo tiempo, repudian. La maldad y la bondad conviven y perduran aún cuando la apariencia cambie. Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, ¿cuál es real y cuál es fantástico? He aquí el conflicto para el que no ofrece resolución. No existe el uno sin el otro.

“Fue en el ámbito moral y en mi propia persona donde aprendí a conocer la cabal y primitiva dualidad humana; y vi que las dos naturalezas que contendían en el campo podrían ser por separado yo, solamente porque yo era radicalmente ambas”, dice el Dr. Jekyll, para concluir con la idea de que la maldición sobre la humanidad es que estos “haces incongruentes estén atados juntos”...“¿Cómo, pues, separarlos?”, continúa, con esa desconcertante lucidez que convierte esta narración de Robert L. Stevenson en una obra clásica no solamente para la literatura, sino para el conocimiento mismo del corazón humano.


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