Borges es un
escritor que hoy se considera 'universal' y que ha
perdido su nacionalidad: él es más fuerte que la literatura argentina, y más
sugestivo que la tradición cultural a la que pertenece. Si Balzac o Baudelaire,
si Dickens o Jane Austen parecen inseparables de algo que se denomina 'literatura
francesa' o 'literatura inglesa', Borges en cambio navega en la corriente universalista
de la 'literatura occidental'.
Como están
las cosas, la imagen de Borges es más potente que la de la literatura argentina,
por lo menos desde una perspectiva europea. Desde Europa
Borges puede ser leído sin una remisión a la región periférica donde escribió
toda su obra. Se obtiene de este modo un Borges que se explica en la cultura
occidental y las versiones que esta cultura tiene de Oriente, prescindiendo
de un Borges que también se explica en la cultura argentina y, especialmente,
en la formación rioplatense.
La reputación de Borges en el
mundo lo ha purgado de nacionalidad. Leer a Borges como un escritor sin nacionalidad,
un grande entre los grandes, es, por un lado, un impecable acto de justicia
estética: se descubren en él las preocupaciones, las preguntas, los mitos que,
en Occidente, consideramos universales.
Pero este acto de justicia implica
al mismo tiempo un reconocimiento y una pérdida, porque Borges ha ganado lo
que siempre consideró suyo, la prerrogativa de los latinoamericanos de trabajar
dentro de todas las tradiciones, y ha perdido, aunque sólo sea parcialmente,
lo que también consideró como un dato inescindible de su mundo, el lazo que
lo unía a las tradiciones culturales rioplatenses y al siglo XIX argentino.
No se trata de restituir a Borges
a un escenario folklórico que siempre repudió, sino más bien de permitirle hablar
con los textos y los autores a partir de los que produjo sus rupturas estéticas
y sus polémicas literarias. Esos autores no pertenecen todos al gran canon de
una tradición universal. Son también escritores menos conocidos y nombres más
oscuros que, sin embargo, ocupaban el escenario cultural donde Borges intervino
desde los años veinte.
En el curso de unas pocas décadas
Borges imaginó una relación nueva y diferente con la literatura en la Argentina.
Reorganizó completamente su sistema colocando, en un extremo, la tradición gauchesca
y, en el otro, la teoría del intertexto antes de que se diseminara por los manuales
de crítica literaria.
La literatura de Borges es una
literatura de conflicto. Borges escribió en un encuentro
de caminos. Su obra no es tersa ni se instala del todo en ninguna parte: ni
en el criollismo vanguardista de sus primeros libros, ni en la erudición heteróclita
de sus cuentos, falsos cuentos, ensayos y falsos ensayos, a partir de los años
cuarenta.
Por el contrario, está perturbada
por la tensión de la mezcla y la nostalgia por una literatura europea que un
latinoamericano nunca vive del todo como naturaleza original. A pesar de la
perfecta felicidad del estilo, la obra de Borges tiene en el centro una grieta:
se desplaza por el filo de varias culturas, que se tocan (o se repelen) en sus
bordes. Borges desestabiliza las grandes tradiciones occidentales y las que
conoció de Oriente, cruzándolas (en el sentido en que se cruzan los caminos,
pero también en el sentido en que se mezclan las razas) en el espacio rioplatense.
Lo primero que hace Borges es
inventar una tradición cultural para ese lugar ex-céntrico que es su país. Esta
operación estética e ideológica recorre su obra en la década del veinte y la
primera mitad de la década del treinta, hasta Historia universal de la infamia,
donde publica su primer cuento de cuchilleros.
Pero la operación no está terminada
entonces: el problema de la cultura argentina vuelve a las ficciones de Borges
hasta sus últimos libros, especialmente en algunos cuentos de El informe
de Brodie, escritos a mediados de la década del sesenta. Borges reinventa
un pasado cultural y rearma una tradición literaria argentina en operaciones
que son contemporáneas a su lectura de las literaturas extranjeras. Más aún:
puede leer como lee las literaturas extranjeras, porque está leyendo o ha
leído la literatura rioplatense.
En Borges, el cosmopolitismo
es la condición que hace posible inventar una estrategia para la literatura
argentina; inversamente, el reordenamiento de las tradiciones culturales nacionales
lo habilita para cortar, elegir y recorrer desprejuiciadamente las literaturas
extranjeras, en cuyo espacio se maneja con la soltura de un marginal que hace
libre uso de todas las culturas.
Al reinventar una tradición nacional
Borges también propone una lectura sesgada de las literaturas occidentales.
Desde la periferia, imagina una relación no dependiente respecto de la literatura
extranjera, y está en condiciones de descubrir el 'tono' rioplatense porque
no se siente un extraño entre los libros ingleses y franceses. Desde un margen,
Borges logra que su literatura dialogue de igual a igual con la literatura occidental.
Hace del margen una estética.
Si la literatura de Borges tiene
una cualidad indudable y particular, quizás deba buscársela en el conflicto
que perturba la severa articulación de sus argumentos y la superficie perfecta
de su escritura. Colocado en los límites (entre géneros literarios, entre lenguas,
entre culturas), Borges es el escritor de "las orillas", un marginal
en el centro, un cosmopolita en los márgenes.
Alguien
que confía, a la potencia del procedimiento y la voluntad de forma, las dudas
nunca clausuradas sobre la dimensión filosófica y moral de nuestras vidas; alguien
que, paradójicamente, construye su originalidad en la afirmación de la cita,
de la copia, de la rescritura de textos ajenos, porque piensa, desde un principio,
en la fundación de la escritura desde la lectura, y desconfía, desde un principio,
de la posibilidad de representación literaria de lo real.
Gentileza
de Beatriz Sarlo para Libros En Red. Borges,
un escritor en las orillas. Buenos Aires: Ariel, 1995