Cuando surgieron las primeras editoriales digitales, los apologistas de las diferencias, los críticos
radicales de siempre, los tradicionalistas y oportunistas del mercado legítimo libraron una lucha simbólica y económica para devastar el uso tecnológico que democratizaría el acceso y la participación en materia de difusión literaria. La historia siempre se recicla. Cuando Platón vaticinó que la escritura adormecería la memoria, muchos de sus fieles levantaron las banderas
de la tradición oral, oponiendo ilusamente dos formas de expresión cultural perfectamente convivientes. Lo mismo sucedió en otros campos: el automóvil suplantaría al ferrocarril, la videocassetera familiar al cine, la televisión
al teatro, la radio a la conversación cara a cara, el supermercado al mercado de barrio, la macdonalización al fordismo, el microhondas a Doña Petrona y así podríamos seguir la lista hasta puntos inimaginables. Pero lo cierto es
que la fantasía orwelliana está muy lejos de ser alcanzada y que en el mundo contemporáneo todo se acerca más a la metáfora del pastiche que al añorado palimpsesto cultural. Estilos, formas, producciones y usos conviven de la más
extraña manera sin que los gurúes del apocalipsis logren satisfacer sus profecías.
Las
editoriales digitales han dado un paso en este sentido. La tinta y el papel
puede convivir con las nuevas tecnologías y los usuarios de la red pueden
disfrutar de la lectura a la vieja usanza haciendo su pedido desde su personal
computer. Un libro digital no es un libro impreso, pero un libro digital puede
ser impreso sin dejar de ser digital. Los formatos no son intercambiables pero
pueden convivir gracias a los beneficios que aportan los nuevos sistemas de
edición on line. El libro en papel y el libro digital se darán la mano, a
pesar de las voces detractoras de unos y de otros. Cuando todo comenzó, hace
ya más de una década, la discusión giraba en torno a una pregunta casi
retórica: ¿podrá el libro electrónico suplantar al de papel? La respuesta
ya está entre nosotros: no. Porque nada suplanta a nada en la historia sino
que lo incorpora, y así los amantes de la tinta y el papel se encontrarán con
modernos argonautas sin que medie entre ellos el menor resquemor.
Después
de todo, en la diferencia se suma y no a la inversa. Estará en nosotros y no
en las nuevas tecnologías dejar atrás viejos y caducos axiomas.
|