El surrealismo -movimiento liderado por André Breton- constituyó la más
influyente de las vanguardias artísticas del siglo pasado. De espíritu
irreverente y marcadamente antiburgués, fue -con su fuerte cuestionamiento
social y el intento de cambiar la vida a través del arte- el más intenso de los
gestos de ruptura artística.
Desde la aparición del Primer Manifiesto en 1925, el surrealismo
logró una inesperada repercusión. De París, cuna del movimiento, pasó a
Inglaterra, Bélgica, España, Suiza, Alemania, Checoslovaquia, Yugoslavia, e
incluso a países de África, Asia (Japón) y América (México, Brasil, Estados
Unidos, Argentina). Se imprimió sobre variadas manifestaciones culturales como
la literatura, la pintura (observable en las obras de Salvador Dalí, Max
Ernst, Giorgio de Chirico, René Magritte y Wilfredo Lam)
y el cine (Luis Buñuel).
El surrealismo se basó en los restos del dadaísmo, tomando especialmente lo que
había de reivindicador de una belleza convulsiva, en frontal rechazo a la estética
tradicional. En el Primer Manifiesto estableció Breton los
principios del movimiento: automatismo psíquico; importancia de los sueños y las
alucinaciones, y creación libre, sin las limitaciones del mundo real. Con
el tiempo, sus miembros fueron dejando de lado la búsqueda exclusivamente
artística y psicológica, para involucrarse más con la política y el devenir
social. El líder de la nueva etapa fue Trostsky.
Tristan Tzara, otro de los hombres clave del surrealismo, resumió -casi
50 años más tarde- la propuesta. Dijo entonces: "no quisimos que subsistiera una
distinción entre la poesía y la vida: nuestra poesía era una manera de existir".
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