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Breve historia del libro. Los soportes en la Antigüedad
20/6/2003


Cada soporte propone una recepción determinada del contenido que porta. Su materialidad puede fomentar, pongamos por caso, una lectura erudita e interactiva -como se daba con los grandes libros medievales, que obligaban al lector a sentarse y que permitían la toma de notas al margen de los textos-, una lectura ligera y cómoda -piénsese en los libros de bolsillo, portátiles por definición, que terminamos leyendo en los transportes públicos-, o una lectura reverente -recordemos esos libros empastados en cuero, duraderos y pesados, que asustan por su tamaño y cuyos ribetes dorados hacen aumentar en nuestro imaginario la autoridad del autor en la materia-. El soporte, como vemos, determina la apropiación de la obra por parte del lector: promueve ciertas lecturas -por ejemplo, alguna de las recién mencionadas- y desestima otras.

Puede servir, por lo tanto, recorrer la historia de los soportes para acercarse a la del libro y, yendo más lejos (en modesta medida), a la historia de la cultura. Digamos entonces que los primeros 'libros' fueron los usados por los sumerios y los babilonios y que consistían en planchas de barro que contenían caracteres o dibujos grabados con un punzón. Eran de difícil conservación, por lo que se las exponían días enteros al sol para que se sequen.

Más tarde, todavía siglos antes del año 0, se extendió el uso de los rollos de papiro, sobre todo entre los egipcios, los griegos y los romanos. Estas láminas eran de un material parecido al papel que se extraía de los juncos del delta del río Nilo, y se enrollaban alrededor de un palo de madera. El texto se escribía en densas columnas y en una sola cara, y se podía leer al desplegarlo. Este rollo variaba en su longitud (el más largo que se conoce era de nada menos que de 40,5 metros).

La lectura de estos soportes, fácil es imaginarlo, era fatigosa. Requería de las dos manos del lector (cuando no de las de otra persona) para sostener el rollo e ir pasando los caracteres. Era un medio útil de conservación de textos, pero no servía para su estudio. Además, si bien Atenas, Alejandría y Roma eran grandes centros de producción de libros, y los exportaban a todo el mundo conocido en la Antigüedad, el copiado a mano era lento y costoso, y sólo las clases poderosas podían permitirse el lujo de acceder a ellos. La mayor parte de los conocimientos se transmitía de forma oral, por medio de la repetición y la memorización, y, por lo tanto, el acceso al saber quedaba restringido a quienes rodeaban a los poseedores de estos 'libros'.

Como los papiros se revelaron pronto muy frágiles -la toma de conciencia respecto de su debilidad se llevó consigo muchos manuscritos irrecuperables-, se sustituyó su uso por el del pergamino y otros materiales derivados de las pieles secas de animales. Pero el formato permaneció igual. Recién en el siglo IV después de Cristo el rollo se trasformó en códice, cuya forma básica es la misma que la de los libros actuales.

Pero todavía hay mucha historia hasta llegar a nuestros días. Seguiremos contándola en las próximas entregas.


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