“Adopta la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado.
Acostado de espaldas, de lado, boca abajo. En un sillón, en el sofá, en la
mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, sin tienes una hamaca. Sobre
la cama, naturalmente, o dentro de la cama. También puedes ponerte cabeza
abajo, en postura de yoga. Con el libro invertido, claro”, estas son algunas
de las posibilidades que nos sugiere Italo Calvino en su libro
recientemente editado "Si una noche de invierno un viajero".
Y sin embargo, leer es el consumo más económico que existe ya que no prevee
de antemano posiciones, ni espacios, ni tiempos determinados. Todo es
posible a la hora de la lectura. Cuando un libro te interesa, y el deseo de
recorrer sus páginas se torna una cuestión de " vida o muerte", nada
ni nadie se interpondrán en la empresa perseguida. El encuentro, tarde o
temprano, entre el libro y el lector, siempre tiene lugar.
El soporte poco importa si estás dispuesto a disfrutar de tamaño evento. En
la pantalla de tu computadora o en una vieja edición impresa, si aquello que
buscabas llega a tus manos, lo leerás con entusiasmo sin demasiados escrúpulos
en cuanto a su presentación. ¿Acaso el lector se enoja por cuestiones
tipográficas, de solapa, de diseño o de dedicatorias? Un buen lector no se
preocupará ante tales cuestiones secundarias. Un buen lector sólo se ocupará
en la lectura, y el resto es sólo valor agregado.
En otros siglos se leía de pie, ante un atril. En otros tiempos leer
constituía una tarea sagrada a la que se dedicaba largas horas del día. La
escritura acompaña las culturas del hombre desde tiempos inmemoriables. Al
escribir construimos sentido histórico y registramos hechos pasados en
símbolos. Decodificarlos, presupone que el lenguaje narrativo es
efectivo. Un lector no se encuentra con un autor ni con un libro cuando lee,
sino con la más trascendental de todas las invenciones tecnológicas humanas:
la escritura.
Ninguna postura corporal, ningún formato de presentación, ningún tiempo ni
espacio físico, ninguna lengua, ninguna ley o acontecimiento social, impedirán
que entre el lector y el escritor existan abismos. Todo es franqueable si ese
amoroso encuentro logra concretarse. Y allí, en la intimidad, el universo es
otro.
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