Decíamos en un número anterior si en verdad vale la pena enfrascarse en la
hasta ahora irresoluta discusión de dilucidar la existencia de la buena o mala
literatura, o literatura best seller y literatura seria, o subliteratura y
literatura de elite... o si mejor no valdría la pena indagar en las técnicas
que utilizan escritores digamos "masivos" (para seguirle la cuerda a
quienes así se expresan de quienes ganan lectores por doquier) para lograr
amarrar a sus libros a tanta gente del común...
Incluso, sin necesidad de ponerse a "estudiar" las técnicas que unos
y otros utilizan, vale la pena detenerse a pensar unos instantes en
esa masa inmensa e inabarcable, de los neolectores y los analfabetas
funcionales.
¿Quienes son los neolectores? Aquellos que aprendieron a leer hace apenas unos
meses, o máximo un año y cuya edad no es infantil; digamos que tienen 20, 40 o
60 años y comparten un rasgo en común: aprendieron a leer unas claves de
acceso cuando ya su mundo interior estaba influenciado por una realidad dura y
golpeadora, no como los niños, que van acercándose a la lectura en forma
paulatina, asimilando historias de príncipes y reyes, de mundos felices donde
el cielo siempre es azul y los pájaros y los animalitos del campo no son tan
fieros como para hacernos daño y se comunican con los humanos cantando y
dibujando estrellas en la noche.
¿Qué tipo de lectura le damos entonces a ese neolector de 35 años? ¿Kant,
Milan Kundera o Elytis? ¿O antes por el contrario, le ponemos a leer historias
de duendes y de aparecidos, de esas que se cuentan en los velorios de tantos
pueblos de América y España y luego sí, le vamos dando de a poquito a García
Márquez, a Onelio Jorge Cardozo -no, a Borges ni a Sábato todavía no- o al
Neruda de los "20 poemas de amor y una canción desesperada"?
Y al analfabeta funcional -ese que sabiendo leer no lee casi nunca,
salvo las páginas deportivas de los periódicos, o los horóscopos o las tiras
cómicas-, ¿qué le ofertamos para leer? ¿Umberto Eco, Pessoa o al Carpentier
de El Siglo de las Luces? O antes, por el contrario, le damos los
escritos sobre fútbol de Galeano, Valdano o Andrés Salcedo, o aquellos poemas
de Lorca de "y yo que me la lleve al río creyendo que era mozuela
pero tenía marido"?
Porque para analizar lo hasta ahora dicho, sobran las estadísticas y las
muestras: por ejemplo, la República de El Salvador -hoy dolorosamente afectada
por inauditos terremotos que no cesan- realizó en la década del 90 la mejor
campaña de alfabetización que se hizo en el mundo, logrando hasta el
reconocimiento de la UNESCO. Con esta campaña, se bajó impresionantemente el
porcentaje de analfabetismo puro y funcional del 53% al 25 % aproximadamente. ¿Y
qué pasó? Que dos años después otra vez ese mismo analfabetismo había
logrado treparse al 55%... ¿Por qué y a qué se debió? Porque hasta
bibliobuses se hicieron para llevar bibliotecas andantes a cuánto rincón, por
lejano que estuviera, hubiese en El Salvador...
La respuesta podría ser tan sencilla como dramática: porque quizás en esa
hermana República las personas encargadas de trazar esas políticas de fomento
a la lectura o de "armar" las bibliotecas se olvidaron de lo que
arriba acotábamos y que Savater definió magistralmente: "No se puede
pasar de la nada a lo sublime sin paradas intermedias. No debe exigirse
que quien nunca ha leído empiece por Shaskespeare, que Habermas sirva de
introducción a la filosofía y que los que nunca han pisado un Museo se
entusiasmen de entrada por Mondrian o Francis Bacon". Porque las
Bibliotecas que se armaron tenían todo, hasta los clásicos, u otras obras con contextos muy diferentes
al que vive ese salvadoreño que fue allí alfabetizado. Les llevaron libros que
hablan de la nieve, o de manzanas y peras, o con lenguajes muy en concordancia
con otro nivel comprensivo y por ende de lectores. Al no practicar ni
encontrar una identificación o motivación con lo leído, este nuevo lector se
fue olvidando... y ya no hubo forma de traerlo de nuevo a disfrute de la lectura.
¿Qué era -y es- lo lógico?
Pues darle obras que estuviesen en concordancia con su nivel comprensivo de esos
momentos, digamos tipo cómic -podría ser "Asterix", o
"Tintin" o hasta el mismo Popol Vuh que es el libro que más leen los
salvadoreños año a año....
Es una realidad: Los neolectores y los analfabetas funcionales existen, como
también existe su soberanía, y es necio y pretencioso tratar de ignorarlos, o
lo que es peor, menospreciarlos o peyorizarlos, con el hueco discurso de que si
no leen a la Yourcenar o a Mishima, esos no son lectores, y sólo
leen cosas sin valor, pura basura... Entonces, ¿hay o no lectores? Yo creo que sí,
y lo que sucede es que no sabemos llegarles con obras a su nivel de comprensión. ¿Usted
qué dice?
* Jorge Alfonso Sierra Quintero es autor de Libros en Red y editor del boletín "Ideas para publicar y distribuir sus propios libros"
** Esta nota apareció en la entrega Nº 3 de ese boletín.
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