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Un hombre de tres siglos
Dr. Teodoro Heredia 5/10/2000


"Yo no pienso morirme hasta haber pasado el año 2000, quiero ser un hombre de tres siglos, quiero llegar aunque sea gateando", decía con mucho humor Juan Filloy. Llamado alguna vez el escritor "escondido", por no figurar en el centro del escenario de las letras argentinas, la vida le dio el don de la perseverancia y le permitió ganar la batalla contra el tiempo. El reconocimiento le llegó con los años, pero ello no desmerece su fecunda producción literaria, elogiada por críticos y lectores.

Fue un escritor vanguardista que cultivó la burla elegante en sus poemas y novelas —es autor de 55 libros—, además de boxeador, juez de paz durante 40 años en Río Cuarto, fanático hincha de Talleres de Córdoba y muchas cosas más. Julio Cortázar reconoció su influencia en Rayuela, homenajeándolo por la novela Op Oloop, que Filloy publicó en 1934 y fue acusada de pornográfica por el intendente porteño de esa época. Juan José Saer es otro de los que aceptaron la influencia de Filloy, mientras que Jorge Luis Borges también estuvo entre sus admiradores.

Él decía ser "un socialista sin militancia partidaria" que participó en la Reforma Universitaria de 1918. Como muchos, sufrió los atropellos de la última dictadura militar. Tenía más de 80 años en 1976 cuando su novela Vil y vil —publicada en 1975— fue prohibida por la junta militar. Lo interrogaron en un cuartel de Río Cuarto durante horas, para soltarlo luego porque habló solamente de literatura.
Había nacido el 1° de agosto de 1894; su madre era una campesina francesa de Toulouse, Dominique Grange, que se ganaba la vida como lavandera y curandera. Su padre era Benito Filloy, un campesino español de Pontevedra. Se habían instalado con un almacén de ramos generales, en 1888, en el barrio General Paz de Córdoba. Los dos eran analfabetos.

"Yo he sido siempre muy ordenado. He comprobado cómo la falta de organización destruye la personalidad de la gente; pero también cómo con el exceso se incurre en anomalías y paroxismos contraproducentes. Es lo que le pasó a Optimus, un estadígrafo tan meticuloso que llevaba estadística de todo, con una obsesión de locura sistemaníaca. Contabilizaba todo; registraba hasta sus coitos, con profesión morbosa. Yo venía estudiando este fenómeno. Como anoto lo que me interesa para después dedicarme al tema, Op Oloop surgió de una línea: ocuparse de un hombre tan metódico que resulte víctima de su corrección. Así empecé a desarrollar un personaje que tenía mis costumbres".

Aunque Cortázar opinaba que Filloy era "uno de los mejores escritores en habla hispana", los críticos lo ignoraron al menos hasta la década de 1990, cuando ganó un premio nacional de literatura. Se enorgullecía de ser "el campeón mundial de palíndromos" —frases que se pueden leer tanto al revés como al derecho y tienen sentido— tratando de demostrarlo en su libro Karcino.

Pero si bien no tuvo el reconocimiento que merecía, también es cierto que no le faltaron honores. Recibió varias distinciones en su vida: Gran Premio de Honor de la SADE, en 1971, Puma de Plata del Pen Club, en 1978. Fue miembro de la Academia Argentina de Letras, desde 1980. Lo nombraron Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Río Cuarto, en 1989. Ganó el Premio Esteban Echeverría, Gente de Letras, en 1991 y el Premio Trayectoria, Fondo Nacional de las Artes, en 1993. También fue condecorado por dos países caros a su cultura: en Italia, con la Orden al Mérito de la República, en 1986. Y en su amada Francia, con el nombramiento de Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras, en 1990.

Actualmente ya es posible hablar del "mito" Filloy, un mito que ha sido alimentado por múltiples factores: la asombrosa personalidad de este autor; el volumen (más de 50 títulos) y las características de su obra; la errática publicación y la prolongada ineditez de sus libros; el escamoteado reconocimiento y el olvido generalizado de la crítica; la costumbre de utilizar siempre siete letras en todos sus títulos; el hecho de que por lo menos uno de ellos se corresponde con cada letra del abecederario, de la A a la Z; su afición a la palindromia; su antigua vocación prostibularia; su pertinaz fobia antiporteña.

"Los libros míos nunca han tenido gran repercusión en las secciones literarias porque no eran mandados por las editoriales" comentó al recordar que él publicaba ediciones de 200 ejemplares "porque era lo único para lo que me alcanzaba" y los repartía entre sus amigos y conocidos.

"La vida literaria -declaró una vez a un periodista- es muy agradable tomada como yo la tomo, sin propósitos venales de ninguna especie", con prescindencia del lector, el editor y la crítica. "Yo escribo lo que me da la gana. Yo escribo siempre." Y así publicó unos cuarenta volúmenes de llamativa originalidad.

Desenfadado, zafado en ocasiones y hasta grosero, pero también lírico, afecto a cierta retórica utilizada con solapada ironía y a juegos de ingenio, Filloy forjó sus libros al margen de las modas y, a veces, anticipándolas. Se lo ha señalado como iniciador del objetivismo (que él prefería llamarlo objetismo), la escuela francesa del Nouveau Roman, muy notoria entre las décadas de los 50 y de los 60.

El 15 de julio, cuando apenas le faltaban dos semanas para cumplir 106 años -había nacido en la capital cordobesa el 1º de agosto de 1894-, murió tranquilamente mientras dormía la siesta en su casa del barrio Nueva Córdoba, después de haber vivido mucho y bien.

Fuentes: diarios Clarín y La Nación, Revista Lea. "Don Juan", Mempo Giardinelli.


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