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Conmovedor testimonio sobre Juan Pablo II
Monseñor Jorge Biturro 8/4/2005


"Para dar mi opinión sobre Juan Pablo II voy a tener que extenderme bastante, pues este Papa ocupa una dimensión muy grande en mi vida. Comenzaré por lo primero que vi, para lo cual me resulta imprescindible hacer patente mi estado de ánimo en ese momento. Fue tres meses después de haber sido proclamado Papa. En ese momento, en mí no existía otra cosa que desconfianza por ese Papa venido de comunismo. Sabíamos que, al menos en Rusia, los religiosos que subsistían eran los que pactaban con el partido. Los demás eran eliminados. No es extraño pues que desconfiara de quien había ascendido en la jerarquía y no había sido eliminado.

Siempre que llego a Roma, mi primer movimiento es ir a la Basílica de San Pedro. En ese momento también pretendí llegar para rezarle al primer Papa. Pese a la diferencia horaria me decidí a cumplir con lo que es una costumbre en mí. Llegué a San Pedro, a las tres de la tarde, muerto de cansancio, y me encontré con que no se podía entrar hasta las cinco, hora en la que el Papa se presentaría en la Iglesia.

Refunfuñando, muerto de cansancio, me dije: "Qué le vamos a hacer, tendré que ver al polaco". En ese momento en mi interior no era más que el polaco que llegó al trono de San Pedro. Mi imagen de un Papa estaba dada por una audiencia que tuve con Pío XII y me había quedado grabada su imagen majestuosa, con su triple corona y llevado en la silla gestatoria. El silencio de la audiencia era verdaderamente solemne, como lo requería la situación.

Con esta imagen formada anteriormente, a las cinco de la tarde volví a San Pedro y esperé dentro de la Iglesia. De repente, la multitud comenzó a aplaudir, y a vivar al Papa. Me desconcertó bastante esa actitud y esperé para poder verlo. Total, ya que estaba, no costaba nada echar una mirada. Lo que vi me maravilló. Un hombre con paso de deportista que caminaba por el centro de la Iglesia, y que se detenía a los costados para besar a los niños, o para extender la mano a la gente. Era tan enorme la personalidad física y psíquica de este Papa que daba la sensación que llenaba a la Basílica.

Seguí su historia y pude verlo nuevamente, y en forma todavía, cuando nombró cardenal al Arzobispo de Buenos Aires. Lo seguí viendo en los años posteriores, y fui percibiendo cómo se iba desgastando su cuerpo, en la misión que creo es el legado más importante para la humanidad. Había salido de dos guerras, sintió en carne propia el aniquilamiento de los judíos, de los gitanos, de los homosexuales, y de aquellos que la vida los había puesto como disminuidos por enfermedades paralizantes e incurables. Sintió entonces en carne propia lo horrible que es el odio, el racismo, y el espanto de un estado que se cree dueño de la vida de sus habitantes.

A todas partes donde iba, Juan Pablo II proponía a la humanidad, además de la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, LA FRATERNIDAD Y SOLIDARIDAD EN LO HUMANO. Nunca más guerras, nunca más persecución por motivos de religión. Nunca destruir la vida aunque parezca sin valor para el régimen vigente.

Años después, volví a ver a ese hombre maravilloso en su último viaje a Lourdes, ya deshecho físicamente, sin poder pronunciar palabras inteligibles. Pero cuando llegó a la gruta de Lourdes, con su cuerpo cansado, al caer de rodillas frente a la Imagen de la Virgen, ese cuerpo gritaba "Totus Tuus". Si alguna vez vi el lenguaje corporal, fue en esa increíble manera con que un cuerpo aniquilado, en función de la paz y de la fraternidad humana, EXPRESABA SU AMOR A LA VIRGEN.

Cuántas cosas le debe la Iglesia y la humanidad a este Papa. Por sobre todas las cosas, el grito constante de que somos hermanos, que todo lo que se le haga a cualquier hombre (sea pagano, teísta o ateo) se le está haciendo al mismo Cristo."


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