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“Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude”.Orson Welles (1915-1985), actor, director y guionista estadounidense |
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Ilustración de don Quijote arremetiendo contra los "gigantes" (en realidad, molinos de viento, como bien le advertía Sancho)
Como puntualiza el escritor argentino Abelardo Castillo, los tipos de humor son muchos y todos ellos tienen su correlato literario. El ridículo, por ejemplo, es uno de los recursos más antiguos para generar comicidad. Y una muestra es El Quijote, lleno de situaciones disparatadas a causa de la inflamación imaginativa de su protagonista, producida por haber leído demasiados libros de caballería. Entre los episodios más recordados, naturalmente, está el embate del Quijote a los molinos de viento (representado en la ilustración de arriba), por creerlos gigantes con los que se podía batir y así ganar gloria; la aventura termina con él maltrecho y justificando su desajuste con la realidad por un encantamiento momentáneo en su contra:
También la parodia, como en los cuentos de Roberto Fontanarrosa sobre el (inventado, caricaturizado) autor de aforismos, Ernesto Esteban Echenique:
Otro procedimiento es la acumulación de absurdos que desafían nuestra lógica, como el cuento “El zapallo que se hizo cosmos”, de Macedonio Fernández (ver recuadro). Y el humor negro, la suma de equívocos, los juegos de palabras, lo escatológico (como en Gargantúa y Pantagruel, de François Rabelais) y el extrañamiento, que desautomatiza cómo percibimos el mundo; basta recordar el libro Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza (crónica en primera persona de un extraterrestre caído en la Tierra a través de cuya percepción podemos tomar conciencia de nuestros absurdos humanos), o las instrucciones para las tareas más cotidianas y sencillas, como subir las escaleras, de Cortázar:
Muchas son las clases de humor y todas ilustrables en una larga lista de cultores. Ustedes, ¿con qué tipo de humor disfrutan más? ¿Qué libros los han hecho partirse de la risa... o al menos aligerar el ánimo y desfruncir el ceño para el resto de la jornada? Lo conversamos en el blog. |
Retrato por un extraterreste
De Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza: “Los seres humanos son cosas de tamaño variable. Los más pequeños de entre ellos lo son tanto, que si otros seres humanos más altos no los llevaran en un cochecito, no tardarían en ser pisados (y tal vez perderían la cabeza) por los de mayor estatura. Lo más altos raramente sobrepasan los 200 centímetros de longitud. Un dato sorprendente es que cuando yacen estirados continúan midiendo exactamente lo mismo. Algunos llevan bigote; otros barba y bigote. Casi todos tienen dos ojos, que pueden estar situados en la parte anterior o posterior de la cara, según se les mire. Al andar se desplazan de atrás a delante, para lo cual deben contrarrestar el movimiento de las piernas con un vigoroso braceo. Los más apremiados refuerzan el braceo por mediación de carteras de piel o plástico o de unos maletines denominados Samsonite, hechos de un material procedente de otro planeta”. El zapallo insaciable
Inicio del “El zapallo que se hizo cosmos”, de Macedonio Fernandez: “Érase un zapallo creciendo solitario en ricas tierras del Chaco. Favorecido por una zona excepcional que le daba de todo, criado con libertad y sin remedios fue desarrollándose con el agua natural y la luz solar en condiciones óptimas, como una verdadera esperanza de la Vida. Su historia íntima nos cuenta que iba alimentándose a expensas de las plantas más débiles de su contorno, darwinianamente; siento tener que decirlo, haciéndolo antipático. Pero la historia externa es la que nos interesa, esa que sólo podrían relatar los azorados habitantes del Chaco que iban a verse envueltos en la pulpa zapallar, absorbidos por sus poderosos raíces. La primera noticia que se tuvo de su existencia fue la de los sonoros crujidos del simple natural crecimiento. Los primeros colonos que lo vieron habrían de espantarse, pues ya entonces pesaría varias toneladas y aumentaba de volumen instante a instante. Ya medía una legua de diámetro cuando llegaron los primeros hacheros mandados por las autoridades para seccionarle el tronco, ya de doscientos metros de circunferencia; los obreros desistían más que por la fatiga de la labor por los ruidos espeluznantes de ciertos movimientos de equilibración, impuestos por la inestabilidad de su volumen que crecía por saltos. Cundía el pavor”. |
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