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Boletín de LibrosEnRed Nº 42
 23 de julio de 2004
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"Lo que un escritor de verdad debe hacer es atrapar dragones y disfrazarlos de liebres."
 
Roberto Bolaño (1953-2003), escritor chileno

En este número:

1. Editorial

2. Recomendados (con clásico de regalo)

3. Encuesta para los lectores

4. "Aspectos del cuento" (segunda y última entrega), por Julio Cortázar

5. Entrevista a nuestros autores: Martín Doria

6. Efemérides y noticias literarias

7. Direcciones para encontrarnos

8. Suscripciones

01


Estimados lectores:

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Felicitaciones a quienes enviaron la respuesta correcta a la pregunta del juego de junio: se trataba de los hermanos Machado y de la Guerra Civil Española (1936-1939). El Acertijo de este mes pregunta:

¿En la obra de qué autor -creador de célebres piezas dramáticas- adquieren especial relevancia los conceptos de desmesura, reconocimiento del propio destino y purificación?
 

Si imaginan de quién se trata, envíen su respuesta -directamente en el asunto del correo electrónico- a [email protected]. Si tienen dudas, esperen la próxima pista el lunes 2 de agosto, aquí


Nos despedimos hasta el mes que viene (¡mes en el que daremos a conocer los ganadores del concurso literario!) con un saludo afectuoso,
 

Editorial LibrosEnRed

 

02

 

El cuadro

tapa   

   Colección: Novelas

   Autor: Adolfo Macías
            
            

¿Existen, en estos tiempos, los amores de novela? ¿Puede un hombre estar impregnado de pasión por una misma mujer toda su vida?

El protagonista de esta novela, Juan Lance, vive obsesionado con la mujer de un cuadro. Algo extraño tiene esa dama en la tela que día a día ofrece cambios incomprensibles y desconcertantes.

La trama atraviesa, de la forma más ingeniosa, la historia contemporánea de países de Sudamérica. Eva Perón, la guerra de la Triple Alianza y el estado de convulsión política de la Argentina de 2001 se entrecruzan para articular la intriga creciente que genera la metamorfosis de la pintura, en un enredo misterioso que terminará atrapando a los mismos lectores en su propio marco.

Adolfo Macías, experimentado narrador, es quien cuenta esta historia. Estudioso y ensayista de la vida y obra de Carlos Gardel, publicó en 1998 Un Fantasma que crea mi ilusión. Además de El cuadro, ha escrito Catorce manzanas, Fantasmas del pasado y Deslave de amor.


2085

tapa   

   Colección: Ciencia Ficción

   Autor: Alejandro Volnié
             


Es el año 2085 y el planeta Tierra es otro: el mundo ha resuelto todos sus problemas y la elite con poder ha logrado la preciada inmortalidad.

Ocurre que las grandes corporaciones han tomado el control y compiten entre ellas por la supremacía. En una realidad aparentemente utópica, los grandes poderes se sustentan en el escrutinio periódico de las mentes de quienes trabajan para ellos. El premio es vencer a la muerte; el precio, la pérdida de la autodeterminación. Pero no todos están dispuestos a pagar con su libertad y esto desequilibrará la armonía impuesta desde arriba.  

En la línea de los mejores clásicos de ciencia ficción, Alejandro Volnié nos entrega una novela
que es sin duda producto de su madurez como escritor.


Por dentro y por fuera. Poemas simples

tapa                                                                  

   Colección: Poesía

   Autor: Horacio Carvallo
            


Traductor y poeta -con el dominio del lenguaje que solo los traductores y los poetas alcanzan- Horacio Carvallo presenta una compilación de sus mejores poemas.

Su versos condensan con intensidad y precisión percepciones lúcidas y a la vez líricas de la realidad. Muy recomendable para los lectores apasionados del género.
 

El clásico de regalo

Obra cumbre de la picaresca española, junto con El lazarillo de Tormes. Las vicisitudes de un antihéroe, junto con una galería de personajes típicos del género (nobles arruinados, aferrados a la farsa de mostrarse ricos; curas corruptos; viejas alcahuetas, entre otros) son presentadas con la ironía y el humor propios de Quevedo. Gratis para los miembros del Club de Lectores.
 

tapa

Historia de la vida del buscón llamado Don Pablos, ejemplo de vagamundos y  espejo de tacaños

     Colección: Literatura Española

    Autor: Francisco de Quevedo y Villegas

 


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Encuesta para los lectores
03


Se dice que la poesía es el género más avanzado dentro de cualquier etapa de la literatura: son los poetas quienes expanden sus fronteras, investigan nuevas posibilidades del lenguaje y van a la vanguardia.

Julio es un mes repleto de aniversarios relacionadas con grandes poetas: es el mes en el que nacieron Nicolás Guillén, Pablo Neruda y Antonio Machado. Y en el que murieron Paul Valéry, Francesco Petrarca y las poetisas uruguayas Delmira Agustini y Juana de Ibarbouru. 

Nos parece, por tanto, una buena oportunidad para preguntar a los amantes del género: entre estos autores clásicos de la poesía en lengua española, ¿cuál es el poeta o la poetisa que más les gustan?

  • el chileno Pablo Neruda (1904-1973), quien ganó, en 1971, el Premio Nobel

  • la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)

  • el peruano César Vallejo (1892-1938), autor del vanguardista conjunto de poemas Trilce

  • el español y romántico Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

  • el uruguayo Mario Benedetti (n. 1920)
     

Cuéntenos qué versos prefiere haciendo clic aquí


04



"... Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán;

un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas,
coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones,
entrevisiones, sentimientos y hasta ideas
que flotan virtualmente
en su memoria o su sensibilidad."
 

Decíamos que el cuentista trabaja con un material que calificamos de significativo. El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico, como ocurre en tantos admirables relatos de una Katherine Mansfield o un Sherwood Anderson, se convierta en el resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo quemante de un orden social o histórico. Un cuento es significativo cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta. Pienso, por ejemplo, en el tema de la mayoría de los admirables relatos de Anton Chejov. ¿Qué hay allí que no sea tristemente cotidiano, mediocre, muchas veces conformista o inútilmente rebelde? Lo que se cuenta en esos relatos es casi lo que de niños, en las aburridas tertulias que debíamos compartir con los mayores, escuchábamos contar a los abuelos o a las tías; la pequeña, insignificante crónica familiar de ambiciones frustradas, de modestos dramas locales, de angustias a la medida de una sala, de un piano, de un té con dulces. Y, sin embargo, los cuentos de Katherine Mansfield, de Chejov, son significativos, algo estalla en ellos mientras los leemos y nos proponen una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota reseñada.

Ustedes se han dado ya cuenta de que esa significación misteriosa no reside solamente en el tema del cuento, porque en verdad la mayoría de los malos cuentos que todos hemos leído contienen episodios similares a los que tratan los autores nombrados. La idea de significación no puede tener sentido si no la relacionamos con las de intensidad y de tensión, que ya no se refieren solamente al tema sino al tratamiento literario de ese tema, a la técnica empleada para desarrollar el tema. Y es aquí donde, bruscamente, se produce el deslinde entre el buen y el mal cuentista. Por eso habremos de detenernos con todo el cuidado posible en esta encrucijada, para tratar de entender un poco más esa extraña forma de vida que es un cuento logrado, y ver por qué está vivo mientras otros, que aparentemente se le parecen, no son más que tinta sobre papel, alimento para el olvido.

Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o en menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un tema no tan es sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero eso, que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial, y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes que ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro? ¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un determinado tema?

A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema deba de ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotan virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y hermosos?

Muchas veces me he preguntado cuál es la virtud de ciertos cuentos inolvidables. En el momento los leímos junto con muchos otros, que incluso podían ser de los mismos autores. Y he aquí que los años han pasado, y hemos vivido y olvidado tanto. Pero esos pequeños, insignificantes cuentos, esos granos de arena en el inmenso mar de la literatura, siguen ahí, latiendo en nosotros. ¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo "William Wilson" de Edgar A. Poe; tengo "Bola de sebo" de Guy de Maupassant. Los pequeños planetas giran y giran: ahí está "Un recuerdo de Navidad" de Truman Capote; "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" de Jorge Luis Borges; "Un sueño realizado" de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi; "Cincuenta de los grandes", de Hemingway; "Los soñadores", de Izak Dinesen, y así podría seguir y seguir... Ya habrán advertido ustedes que no todos esos cuentos son obligatoriamente de antología. ¿Por qué perduran en la memoria? Piensen en los cuentos que no han podido olvidar y verán que todos ellos tienen la misma característica: son aglutinantes de una realidad infinitamente más vasta que la de su mera anécdota, y por eso han influido en nosotros con una fuerza que no haría sospechar la modestia de su contenido aparente, la brevedad de su texto. Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en nuestra memoria.

Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores. Por eso, cuando decimos que un tema es significativo, como en el caso de los cuentos de Chejov, esa significación se ve determinada en cierta medida por algo que está fuera del tema en sí, por algo que está antes y después del tema. Lo que está antes es el escritor, con su carga de valores humanos y literarios, con su voluntad de hacer una obra que tenga un sentido; lo que está después es el tratamiento literario del tema, la forma en que el cuentista, frente a su tema, lo ataca y sitúa verbal y estilísticamente, lo estructura en forma de cuento, y lo proyecta en último término hacia algo que excede el cuento mismo. Aquí me parece oportuno mencionar un hecho que me ocurre con frecuencia, y que otros cuentistas amigos conocen tan bien como yo. Es habitual que en el curso de una conversación, alguien cuente un episodio divertido o conmovedor o extraño, y que dirigiéndose luego al cuentista presente le diga: "Ahí tienes un tema formidable para un cuento; te lo regalo." A mí me han reglado en esa forma montones de temas, y siempre he contestado amablemente: "Muchas gracias", y jamás he escrito un cuento con ninguno de ellos. Sin embargo, cierta vez una amiga me contó distraídamente las aventuras de una criada suya en París. Mientras escuchaba su relato, sentí que eso podía llegar a ser un cuento. Para ella esos episodios no eran más que anécdotas curiosas; para mí, bruscamente, se cargaban de un sentido que iba mucho más allá de su simple y hasta vulgar contenido. Por eso, toda vez que me he preguntado: ¿cómo distinguir entre un tema insignificante, por más divertido o emocionante que pueda ser, y otro significativo?, he respondido que el escritor es el primero en sufrir ese efecto indefinible pero avasallador de ciertos temas, y que precisamente por eso es un escritor. Así como para Marcel Proust el sabor de una magdalena mojada en el té abría bruscamente un inmenso abanico de recuerdos aparentemente olvidados, de manera análoga el escritor reacciona ante ciertos temas en la misma forma en que su cuento, más tarde, hará reaccionar al lector. Todo cuento está así predeterminado por el aura, por la fascinación irresistible que el tema crea en su creador.

Llegamos así al fin de esta primera etapa del nacimiento de un cuento, y tocamos el umbral de su creación propiamente dicha. He aquí al cuentista, que ha escogido un tema valiéndose de esas sutiles antenas que le permiten reconocer los elementos que luego habrán de convertirse en obra de arte. El cuentista está frente a su tema, frente a ese embrión que ya es vida, pero que no ha adquirido todavía su forma definitiva. Para él ese tema tiene sentido, tiene significación. Pero si todo se redujera a eso, de poco serviría; ahora, como último término del proceso, como juez implacable, está esperando al lector, el eslabón final del proceso creador, el cumplimiento o fracaso del ciclo. Y es entonces que el cuento tiene que nacer puente, tiene que nacer pasaje, tiene que dar el salto que proyecte la significación inicial, descubierta por el autor, a ese extremo más pasivo y menos vigilante y muchas veces hasta indiferente que se llama lector.

Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les basta escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores.
Incurren en la ingenuidad de aquel que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que todos los demás lo ven igualmente bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en la literatura no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con sus circunstancias de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse este secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial. Lo que llamo intensidad en un cuento consiste en la eliminación de todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de transición que la novela permite e incluso exige. Ninguno de ustedes habrá olvidado "El barril de amontillado", de Edgar A. Poe. Lo extraordinario de este cuento es la brusca prescindencia de toda descripción de ambiente. A la tercera o cuarta frase estamos en el corazón del drama, asistiendo al cumplimiento implacable de una venganza. "Los asesinos", de Hemingway, es otro ejemplo de intensidad obtenida mediante la eliminación de todo lo que no converja esencialmente al drama. Pero pensemos ahora en los cuentos de Joseph Conrad, de D. H. Lawrence, de Kafka. En ellos, con modalidades típicas de cada uno, la intensidad es de otro orden, y yo prefiero darle el nombre de tensión. Es una intensidad que se ejerce en la manera con que el autor nos va acercando lentamente a lo contado. Todavía estamos muy lejos de saber lo que va a ocurrir en el cuento, y sin embargo no podemos sustraernos a su atmósfera. En el caso de "El barril de amontillado y de Los asesinos, los hechos despojados de toda preparación saltan sobre nosotros y nos atrapan; en cambio, en un relato demorado y caudaloso de Henry James -La lección del maestro, por ejemplo- se siente de inmediato que los hechos en sí carecen de importancia, que todo está en las fuerzas que los desencadenaron, en la malla sutil que los precedió y los acompaña. Pero tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del relato son el producto de lo que antes llamé el oficio de escritor, y es aquí donde nos vamos acercando al final de este paseo por el cuento.

En mi país, y ahora en Cuba, he podido leer cuentos de los autores más variados: maduros o jóvenes, de la ciudad o del campo, entregados a la literatura por razones estéticas o por imperativos sociales del momento, comprometidos o no comprometidos. Pues bien, y aunque suene a perogrullada, tanto en la Argentina como aquí los buenos cuentos los están escribiendo quienes dominen el oficio en el sentido ya indicado. Un ejemplo argentino aclarará mejor esto. En nuestras provincias centrales y norteñas existe una larga tradición de cuentos orales, que los gauchos se transmiten de noche en torno al fogón, que los padres siguen contando a sus hijos, y que de golpe pasan por la pluma de un escritor regionalista y, en una abrumadora mayoría de casos, se convierten en pésimos cuentos. ¿Qué ha sucedido? Los relatos en sí son sabrosos, traducen y resumen la experiencia, el sentido del humor y el fatalismo del hombre de campo; algunos incluso se elevan a la dimensión trágica o poética. Cuando uno los escucha de boca de un viejo criollo, entre mate y mate, siente como una anulación del tiempo, y piensa que también los aedos griegos contaban así las hazañas de Aquiles para maravilla de pastores y viajeros. Pero en ese momento, cuando debería surgir un Homero que hiciese una Ilíada o una Odisea de esa suma de tradiciones orales, en mi país surge un señor para quien la cultura de las ciudades es un signo de decadencia, para quien los cuentistas que todos amamos son estetas que escribieron para el mero deleite de clases sociales liquidadas, y ese señor entiende en cambio que para escribir un cuento lo único que hace falta es poner por escrito un relato tradicional, conservando todo lo posible el tono hablado, los giros campesinos, las incorrecciones gramaticales, eso que llaman el color local. No sé si esa manera de escribir cuentos populares se cultiva en Cuba; ojalá que no...


*Julio Cortázar (argentino, 1914-1984) es valorado sobre todo por sus cuentos, entre los que pueden destacarse "Casa tomada", "El perseguidor" y "Axolotl". Ha escrito también poemas y novelas. La más reconocida fue Rayuela, de 1963, que implica al lector en un juego creativo en el que él mismo puede elegir el orden en que leerá los capítulos.

Además de escritor, fue un habilidoso traductor (trabajó para la Unesco desde que se radicó en París, en 1951). Son célebres las versiones que produjo en español de cuentos de Edgar Allan Poe. Su literatura fue volviéndose cada vez más comprometida con la situación política de Latinoamérica. Fue un gran defensor de la causa revolucionaria cubana y, años más tarde, de la Nicaragua sandinista. 

 
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05



1. ¿Recuerda cuál fue el primer libro que leyó? Y de los últimos que leyó, ¿cuál es el que más recuerda?

El primero que recuerdo haber leído era uno de ciencia ficción llamado El planetoide de Tico Bass (o algo así). No recuerdo a su autor. El último, Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq.


2. ¿De qué personaje de papel se enamoró?

Julián Sorel, de Rojo y Negro.


3. ¿Qué libro elegiría como lectura obligatoria para la etapa de la adolescencia?

El guardián entre el centeno, J. D. Salinger. También Sobre Héroes y tumbas de Sábato y La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Si tus padres tienen mucho dinero, Menos que cero de Bret Easton Ellis.


4. ¿Novela o cuento?

Ambos. 
 

5. Usted escribe ¿una disciplinada cantidad cada día o cuándo y cuánto disponga la inspiración?

En estos momentos, espero demasiado a la musa. Debería escribir algo todos los días.


6. Mientras escribe, ¿la compañía de la música o la concentración del silencio? ¿Ventana a la calle o habitación en el más absoluto aislamiento?

Habitualmente escribo en silencio y releo y corrijo con música acorde a la trama. Siempre en reclusión monasterial.


7. A la hora de sentarse a escribir, ¿la eficacia de la computadora o la proximidad del papel y la lapicera?

La computadora. Casi no me acuerdo de lo otro.


8. ¿Cómo qué autor o autora le gustaría escribir?

Borges, Cortázar, García Márquez, Sábato, el joven Vargas Llosa, Bolaño, Amis, Houellebecq y siguen...


9. La literatura y la escritura, ¿por qué y para qué las incluyó en su vida?

Se metieron no más, sin mi permiso conciente y aún no sé para qué me sirven. Pero me resultan vitales como el agua y la comida.


*Martín Doria (Colombia, 1973) ha publicado con nosotros Mi pequeña muerte, una novela que cuenta  tres historias grandes y mil pequeñas alrededor de Andrés, un joven que termina su adolescencia en una ciudad del Caribe colombiano -tradicionalmente plácida y hermosa-, hasta que los vientos de la guerra desbaratan su mundo. La violencia política, el terrorismo, la guerrilla, el secuestro y el ascenso feroz de la narcoburguesía irrumpen en los ochenta y marcan, a su pesar, el rumbo que tomará su vida.

 

05


El...

      | 
de julio de 1909 nace Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo.

      |  3 de julio de 1924 nace Franz Kafka, autor checo. Su obra más conocida es La metamorfosis.  

      |  7 de julio de 1930 fallece Arthur Conan Doyle. Logra dejar, eso sí, un personaje inmortal: Sherlock Holmes.

      |  10 de julio de 1871 nace Marcel Proust, escritor francés. En 1902, viene al mundo Nicolás Guillén, poeta cubano, autor de una poesía repleta de ritmo y musicalidad, inspirada en el folklore afrocubano.

      |  12 de julio de 1904 nace el Nobel Pablo Neruda (seudónimo de Neftalí Ricardo Reyes).

      | 
14 de julio de 2003 falleció el narrador y poeta chileno Roberto Bolaño, considerado uno de los mejores escritores latinoamericanos de finales del siglo pasado. Por su novela Los detectives salvajes ganó en 1999 el premio Rómulo Gallegos.  

Para recordar su obra, hemos seleccionado dos fragmentos: 

Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir todavía. Estaba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso surgieron las cosas. Ese joven envejecido es el culpable. Yo estaba en paz. Ahora no estoy en paz. Hay que aclarar algunos puntos. Así que me apoyaré en un codo y levantaré la cabeza, mi noble cabeza temblorosa, y rebuscaré en el rincón de los recuerdos aquellos actos que me justifican y que por lo tanto desdicen las infamias que el joven envejecido ha esparcido en mi descrédito en una sola noche relampagueante. Mi pretendido descrédito. Hay que ser responsable. Eso lo he dicho toda mi vida. Uno tiene la obligación moral de ser responsable de sus actos y también de sus palabras e incluso de sus silencios, sí, de sus silencios, porque también los silencios ascienden al cielo y los oye Dios y sólo Dios los comprende y los juzga, así que mucho cuidado con los silencios. Yo soy responsable de los silencios. Yo soy responsable de todo. Mis silencios son inmaculados. Que quede claro. Pero sobre todo que le quede claro a Dios. Lo demás es prescindible. Dios no. No sé de qué estoy hablando. A veces me sorprendo a mí mismo apoyado en un codo. Divago y sueño y procuro estar en paz conmigo mismo. Pero a veces hasta de mi propio nombre me olvido. Me llamo Sebastián Urrutia Lacroix. Soy chileno.    

(extraído del inicio de Nocturno de Chile -publicada en el año 2000-, novela en dos párrafos: el primero de más de cien páginas, el segundo compuesto solamente por la frase final)
 

Dicen que el amor hace a las personas generosas. No sé, no sé; a mí sólo me hizo generoso con Nuria, nada más. Con el resto de la gente me volví desconfiado y egoísta, mezquino, maligno, tal vez porque era consciente de mi tesoro (de la pureza inmaculada de mi tesoro) y lo comparaba con la putrefacción que los envolvía a ellos. En mi vida, lo digo sin miedo, nada hubo semejante a las meriendas-cenas que tomamos juntos en las escalinatas que descienden del Palacio al mar. Ella tenía una manera, no sé, única, de comer fruta con los ojos perdidos en el horizonte. Aquellos horizontes de auténtico privilegio. Casi no hablábamos. Yo me acomodaba un escalón por debajo y la miraba, aunque no mucho, mirarla demasiado era doloroso, y bebía mi té con delectación y parsimonia. Nuria tenía dos chandals, uno azul con rayas diagonales blancas, el oficial, creo, del equipo olímpico de patinaje, y uno negro ala de cuervo que resaltaba su pelo rubio y su cutis perfecto, arrebolado por el esfuerzo, de muchacha de Botticelli; éste último era un regalo de su madre. Para no mirarla a ella yo miraba los chandals y aún recuerdo cada pliegue, cada arruga, lo abombado que estaba el azul en las rodillas, el olor delicioso que desprendía el negro sobre el cuerpo de Nuria cuando la brisa del atardecer nos evitaba cualquier palabra. Olor a vainilla, olor a lavanda. A su lado, por supuesto, debí desentonar. 

(extraído de su primera novela, Pista de hielo, de 1993)
 

      |  21 de julio de 1899 nace el escritor norteamericano Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura 1954 y ganador del Pulitzer (1953), por su novela El viejo y el mar.

      |  22 de julio de 1990 muere Manuel Puig, escritor argentino. Su notable obra, que incluye clásicos como Boquitas pintadas y El beso de la mujer araña, está atravesada por imaginarios y técnicas propias del mundo del cine.

      |  y 26 de julio de 1875 nace el español Antonio Machado, autor que suele ubicarse dentro de la Generación literaria del 98. En su obra poética se destacan los títulos Soledades (1903), Campos de Castilla (1912), Poesías Completas y Nuevas canciones (1924).

            
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