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"Lo que un escritor de verdad debe hacer es atrapar dragones y
disfrazarlos de liebres."
Roberto Bolaño (1953-2003),
escritor chileno
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En
este número:
1. Editorial
2. Recomendados (con clásico de
regalo)
3. Encuesta para los lectores
4.
"Aspectos del cuento" (segunda y última entrega),
por
Julio Cortázar
5. Entrevista a nuestros autores: Martín Doria
6. Efemérides y noticias
literarias
7. Direcciones para encontrarnos
8. Suscripciones |
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Estimados lectores:
La vez pasada les contamos acerca de las ventajas de instalar un
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Felicitaciones a quienes enviaron la respuesta correcta a la pregunta del juego
de junio: se trataba de los hermanos Machado y de la Guerra Civil Española
(1936-1939). El Acertijo de este mes pregunta:
¿En la obra de qué
autor -creador de célebres piezas dramáticas- adquieren especial relevancia los
conceptos de desmesura, reconocimiento del propio destino y
purificación?
Si imaginan de quién se trata, envíen su
respuesta -directamente en el
asunto del correo electrónico- a
[email protected].
Si tienen dudas, esperen la próxima pista el lunes 2 de agosto, aquí.
Nos despedimos hasta el mes que viene (¡mes en el que daremos a conocer los
ganadores del concurso literario!) con un saludo afectuoso,
Editorial LibrosEnRed
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El cuadro
Colección:
Novelas
Autor:
Adolfo Macías
¿Existen, en estos tiempos, los amores de novela? ¿Puede un
hombre estar impregnado de pasión por una misma mujer toda su vida?
El protagonista de esta novela, Juan Lance, vive obsesionado con la mujer de un
cuadro. Algo extraño tiene esa dama en la tela que día a día ofrece cambios
incomprensibles y desconcertantes.
La trama atraviesa, de la forma más ingeniosa, la historia contemporánea de
países de Sudamérica. Eva Perón, la guerra de la Triple Alianza y el
estado de convulsión política de la Argentina de 2001 se entrecruzan para
articular la intriga creciente que genera la metamorfosis de la pintura, en un
enredo misterioso que terminará atrapando a los mismos lectores en su propio
marco.
Adolfo Macías, experimentado narrador, es quien cuenta esta historia.
Estudioso y ensayista de la vida y obra de Carlos Gardel, publicó en
1998 Un Fantasma que crea mi ilusión. Además de El cuadro,
ha escrito Catorce manzanas, Fantasmas del pasado y Deslave de
amor.
2085
Colección:
Ciencia Ficción
Autor:
Alejandro Volnié
Es el año 2085 y el planeta Tierra es otro: el mundo ha resuelto todos sus
problemas y la elite con poder ha logrado la preciada inmortalidad.
Ocurre que las grandes corporaciones han tomado el control y compiten entre
ellas por la supremacía. En una realidad aparentemente utópica, los grandes
poderes se sustentan en el escrutinio periódico de las mentes de quienes
trabajan para ellos. El premio es vencer a la muerte; el precio, la pérdida de
la autodeterminación. Pero no todos están dispuestos a pagar con su
libertad y esto desequilibrará la armonía impuesta desde arriba.
En la línea de los mejores clásicos de ciencia ficción, Alejandro
Volnié nos entrega una novela que es sin duda producto de su madurez
como escritor.
Por dentro y por fuera. Poemas simples
Colección:
Poesía
Autor:
Horacio Carvallo
Traductor y poeta -con el dominio del lenguaje que solo los traductores y los
poetas alcanzan- Horacio Carvallo presenta una compilación de sus
mejores poemas.
Su versos condensan con intensidad y precisión percepciones lúcidas y a
la vez líricas de la realidad. Muy recomendable para los lectores
apasionados del género.
El clásico de regalo
Obra cumbre de la picaresca española, junto con
El lazarillo
de Tormes. Las vicisitudes de un antihéroe, junto con una galería
de personajes típicos del género (nobles arruinados, aferrados a la farsa de
mostrarse ricos; curas corruptos; viejas alcahuetas, entre otros) son
presentadas con la ironía y el humor propios de Quevedo. Gratis para los
miembros del Club de
Lectores.
Historia de la vida del buscón llamado Don Pablos, ejemplo de vagamundos y
espejo de tacaños
Colección:
Literatura Española
Autor:
Francisco
de Quevedo y Villegas
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edición.
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Se dice que la poesía
es el género más avanzado dentro de cualquier etapa de la literatura: son los
poetas quienes expanden sus fronteras, investigan nuevas posibilidades del
lenguaje y van a la vanguardia.
Julio es un mes repleto de aniversarios relacionadas con grandes poetas: es el
mes en el que nacieron Nicolás Guillén, Pablo Neruda y Antonio Machado. Y en el
que murieron Paul Valéry, Francesco Petrarca y las poetisas uruguayas Delmira
Agustini y Juana de Ibarbouru.
Nos parece, por tanto, una buena oportunidad para preguntar a los amantes del
género: entre estos autores clásicos de la poesía en lengua española, ¿cuál es
el poeta o la poetisa que más les gustan?
el chileno Pablo Neruda (1904-1973), quien ganó, en 1971, el Premio
Nobel
la mexicana Sor
Juana Inés de la Cruz (1651-1695)
el peruano César Vallejo (1892-1938), autor del vanguardista conjunto de
poemas Trilce
el español y romántico Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
el uruguayo Mario Benedetti (n. 1920)
Cuéntenos qué versos prefiere haciendo clic
aquí.
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"... Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán;
un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas,
coagula en el autor, y más tarde en el lector, una
inmensa cantidad de nociones,
entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotan virtualmente
en su memoria o su sensibilidad."
Decíamos que el cuentista trabaja con un material que calificamos de
significativo. El elemento significativo del cuento parecería residir
principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o
fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí
mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico, como ocurre en tantos
admirables relatos de una Katherine Mansfield o un Sherwood Anderson,
se convierta en el resumen implacable de una cierta condición humana, o en el
símbolo quemante de un orden social o histórico. Un cuento es significativo
cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que
ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces
miserable anécdota que cuenta. Pienso, por ejemplo, en el tema de la mayoría de
los admirables relatos de
Anton Chejov. ¿Qué hay allí que no sea tristemente cotidiano,
mediocre, muchas veces conformista o inútilmente rebelde? Lo que se cuenta
en esos relatos es casi lo que de niños, en las aburridas tertulias que
debíamos compartir con los mayores, escuchábamos contar a los abuelos o a las
tías; la pequeña, insignificante crónica familiar de ambiciones frustradas, de
modestos dramas locales, de angustias a la medida de una sala, de un piano, de
un té con dulces. Y, sin embargo, los cuentos de Katherine Mansfield, de Chejov,
son significativos, algo estalla en ellos mientras los leemos y nos proponen
una especie de ruptura de lo cotidiano que va mucho más allá de la anécdota
reseñada.
Ustedes se han dado ya cuenta de que esa significación misteriosa no reside
solamente en el tema del cuento, porque en verdad la mayoría de los malos
cuentos que todos hemos leído contienen episodios similares a los que tratan
los autores nombrados. La idea de significación no puede tener sentido si no la
relacionamos con las de intensidad y de tensión, que ya no se refieren
solamente al tema sino al tratamiento literario de ese tema, a la técnica
empleada para desarrollar el tema. Y es aquí donde, bruscamente, se produce el
deslinde entre el buen y el mal cuentista. Por eso habremos de detenernos con
todo el cuidado posible en esta encrucijada, para tratar de entender un poco
más esa extraña forma de vida que es un cuento logrado, y ver por qué está vivo
mientras otros, que aparentemente se le parecen, no son más que tinta sobre
papel, alimento para el olvido.
Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente,
desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto,
rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o en menor
grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y
hace con él un cuento. Este escoger un tema no tan es sencillo. A veces el
cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera
irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis
cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por encima o
por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que un médium
por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero eso, que puede
depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial, y es que en
un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido voluntariamente, o
extrañamente impuesto desde un plano donde nada es definible. Hay tema, repito,
y ese tema va a volverse cuento. Antes que ello ocurra, ¿qué podemos decir del
tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro? ¿Qué razones mueven consciente o
inconscientemente al cuentista a escoger un determinado tema?
A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre
excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema deba de ser
extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario,
puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo
excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae
todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el
lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta
ideas que flotan virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es
como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que
muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de
palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más
actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en
torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya
como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros
mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y hermosos?
Muchas veces me he preguntado cuál es la virtud de ciertos cuentos
inolvidables. En el momento los leímos junto con muchos otros, que incluso
podían ser de los mismos autores. Y he aquí que los años han pasado, y hemos
vivido y olvidado tanto. Pero esos pequeños, insignificantes cuentos, esos
granos de arena en el inmenso mar de la literatura, siguen ahí, latiendo en
nosotros. ¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la
mía, y podría dar algunos nombres. Tengo "William Wilson" de
Edgar A. Poe;
tengo "Bola de sebo" de
Guy de Maupassant.
Los pequeños planetas giran y giran: ahí está "Un recuerdo de Navidad" de
Truman Capote; "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" de Jorge Luis Borges;
"Un sueño realizado" de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich,
de Tolstoi;
"Cincuenta de los grandes", de Hemingway; "Los soñadores", de Izak
Dinesen, y así podría seguir y seguir... Ya habrán advertido ustedes que no
todos esos cuentos son obligatoriamente de antología. ¿Por qué perduran en la
memoria? Piensen en los cuentos que no han podido olvidar y verán que todos
ellos tienen la misma característica: son aglutinantes de una realidad
infinitamente más vasta que la de su mera anécdota, y por eso han influido
en nosotros con una fuerza que no haría sospechar la modestia de su contenido
aparente, la brevedad de su texto. Y ese hombre que en un determinado momento
elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección
contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de
lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma
de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está
durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en
nuestra memoria.
Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un
mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino
para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará
indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente
significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza
misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado,
así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos
lectores. Por eso, cuando decimos que un tema es significativo, como en el caso
de los cuentos de Chejov, esa significación se ve determinada en cierta
medida por algo que está fuera del tema en sí, por algo que está antes y
después del tema. Lo que está antes es el escritor, con su carga de valores
humanos y literarios, con su voluntad de hacer una obra que tenga un sentido;
lo que está después es el tratamiento literario del tema, la forma en que el
cuentista, frente a su tema, lo ataca y sitúa verbal y estilísticamente, lo
estructura en forma de cuento, y lo proyecta en último término hacia algo que
excede el cuento mismo. Aquí me parece oportuno mencionar un hecho que me
ocurre con frecuencia, y que otros cuentistas amigos conocen tan bien como yo.
Es habitual que en el curso de una conversación, alguien cuente un episodio
divertido o conmovedor o extraño, y que dirigiéndose luego al cuentista
presente le diga: "Ahí tienes un tema formidable para un cuento; te lo regalo."
A mí me han reglado en esa forma montones de temas, y siempre he contestado
amablemente: "Muchas gracias", y jamás he escrito un cuento con ninguno de
ellos. Sin embargo, cierta vez una amiga me contó distraídamente las aventuras
de una criada suya en París. Mientras escuchaba su relato, sentí que eso podía
llegar a ser un cuento. Para ella esos episodios no eran más que anécdotas
curiosas; para mí, bruscamente, se cargaban de un sentido que iba mucho más
allá de su simple y hasta vulgar contenido. Por eso, toda vez que me he
preguntado: ¿cómo distinguir entre un tema insignificante, por más divertido o
emocionante que pueda ser, y otro significativo?, he respondido que el escritor
es el primero en sufrir ese efecto indefinible pero avasallador de ciertos
temas, y que precisamente por eso es un escritor. Así como para Marcel
Proust el sabor de una magdalena mojada en el té abría bruscamente un
inmenso abanico de recuerdos aparentemente olvidados, de manera análoga el
escritor reacciona ante ciertos temas en la misma forma en que su cuento, más
tarde, hará reaccionar al lector. Todo cuento está así predeterminado por el
aura, por la fascinación irresistible que el tema crea en su creador.
Llegamos así al fin de esta primera etapa del nacimiento de un cuento, y
tocamos el umbral de su creación propiamente dicha. He aquí al cuentista, que
ha escogido un tema valiéndose de esas sutiles antenas que le permiten
reconocer los elementos que luego habrán de convertirse en obra de arte. El
cuentista está frente a su tema, frente a ese embrión que ya es vida, pero que
no ha adquirido todavía su forma definitiva. Para él ese tema tiene sentido,
tiene significación. Pero si todo se redujera a eso, de poco serviría; ahora,
como último término del proceso, como juez implacable, está esperando al
lector, el eslabón final del proceso creador, el cumplimiento o fracaso del
ciclo. Y es entonces que el cuento tiene que nacer puente, tiene que nacer
pasaje, tiene que dar el salto que proyecte la significación inicial,
descubierta por el autor, a ese extremo más pasivo y menos vigilante y muchas
veces hasta indiferente que se llama lector.
Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les basta
escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su
turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquel que encuentra
bellísimo a su hijo, y da por supuesto que todos los demás lo ven igualmente
bello. Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa
primera etapa ingenua, aprende que en la literatura no bastan las buenas
intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo
llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese
oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo
gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al
lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a
conectarlo con sus circunstancias de una manera nueva, enriquecida, más honda o
más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse este secuestro
momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en
la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se
ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y
auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen
para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial. Lo
que llamo intensidad en un cuento consiste en la eliminación de todas las ideas
o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de transición que la
novela permite e incluso exige. Ninguno de ustedes habrá olvidado "El barril de
amontillado", de
Edgar A. Poe. Lo extraordinario de este cuento es la brusca
prescindencia de toda descripción de ambiente. A la tercera o cuarta frase
estamos en el corazón del drama, asistiendo al cumplimiento implacable de una
venganza. "Los asesinos", de Hemingway, es otro ejemplo de intensidad
obtenida mediante la eliminación de todo lo que no converja esencialmente al
drama. Pero pensemos ahora en los cuentos de Joseph Conrad, de D. H.
Lawrence, de Kafka.
En ellos, con modalidades típicas de cada uno, la intensidad es de otro orden,
y yo prefiero darle el nombre de tensión. Es una intensidad que se ejerce en la
manera con que el autor nos va acercando lentamente a lo contado. Todavía
estamos muy lejos de saber lo que va a ocurrir en el cuento, y sin embargo no
podemos sustraernos a su atmósfera. En el caso de "El barril de amontillado y
de Los asesinos, los hechos despojados de toda preparación saltan sobre
nosotros y nos atrapan; en cambio, en un relato demorado y caudaloso de
Henry James -La lección del maestro, por ejemplo- se siente de
inmediato que los hechos en sí carecen de importancia, que todo está en las
fuerzas que los desencadenaron, en la malla sutil que los precedió y los
acompaña. Pero tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del
relato son el producto de lo que antes llamé el oficio de escritor, y es aquí
donde nos vamos acercando al final de este paseo por el cuento.
En mi país, y ahora en Cuba, he podido leer cuentos de los autores más
variados: maduros o jóvenes, de la ciudad o del campo, entregados a la
literatura por razones estéticas o por imperativos sociales del momento,
comprometidos o no comprometidos. Pues bien, y aunque suene a perogrullada,
tanto en la Argentina como aquí los buenos cuentos los están escribiendo
quienes dominen el oficio en el sentido ya indicado. Un ejemplo argentino
aclarará mejor esto. En nuestras provincias centrales y norteñas existe una
larga tradición de cuentos orales, que los gauchos se transmiten de noche en
torno al fogón, que los padres siguen contando a sus hijos, y que de golpe
pasan por la pluma de un escritor regionalista y, en una abrumadora mayoría de
casos, se convierten en pésimos cuentos. ¿Qué ha sucedido? Los relatos en sí
son sabrosos, traducen y resumen la experiencia, el sentido del humor y el
fatalismo del hombre de campo; algunos incluso se elevan a la dimensión trágica
o poética. Cuando uno los escucha de boca de un viejo criollo, entre mate y
mate, siente como una anulación del tiempo, y piensa que también los aedos
griegos contaban así las hazañas de Aquiles para maravilla de pastores y
viajeros. Pero en ese momento, cuando debería surgir un
Homero que hiciese
una Ilíada o una
Odisea de
esa suma de tradiciones orales, en mi país surge un señor para quien la cultura
de las ciudades es un signo de decadencia, para quien los cuentistas que todos
amamos son estetas que escribieron para el mero deleite de clases sociales
liquidadas, y ese señor entiende en cambio que para escribir un cuento lo único
que hace falta es poner por escrito un relato tradicional, conservando todo lo
posible el tono hablado, los giros campesinos, las incorrecciones gramaticales,
eso que llaman el color local. No sé si esa manera de escribir cuentos
populares se cultiva en Cuba; ojalá que no...
*Julio Cortázar (argentino, 1914-1984) es valorado sobre todo por sus
cuentos, entre los que pueden destacarse "Casa tomada", "El perseguidor"
y "Axolotl". Ha escrito también poemas y novelas. La más reconocida
fue Rayuela, de 1963, que implica al lector en un juego creativo en el
que él mismo puede elegir el orden en que leerá los capítulos.
Además de escritor, fue un habilidoso traductor (trabajó para la Unesco desde
que se radicó en París, en 1951). Son célebres las
versiones que produjo en español de cuentos de
Edgar Allan Poe. Su
literatura fue volviéndose cada vez más comprometida con la situación política
de Latinoamérica. Fue un gran defensor de la causa revolucionaria cubana y, años más tarde,
de la Nicaragua sandinista.
Si desea conocer nuestra colección de relatos, algunos de ellos
gratuitos, cliquee
aquí.
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1. ¿Recuerda cuál fue el primer libro que leyó? Y de los últimos que leyó,
¿cuál es el que más recuerda?
El primero que recuerdo haber leído era uno de ciencia ficción llamado El
planetoide de Tico Bass (o algo así). No recuerdo a su autor. El último,
Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq.
2. ¿De qué personaje de papel se enamoró?
Julián Sorel, de Rojo
y Negro.
3. ¿Qué libro elegiría como lectura obligatoria para la etapa de la
adolescencia?
El guardián entre el centeno, J. D. Salinger. También Sobre Héroes y
tumbas de Sábato y La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Si tus
padres tienen mucho dinero, Menos que cero de Bret Easton Ellis.
4. ¿Novela o cuento?
Ambos.
5. Usted escribe ¿una disciplinada cantidad cada
día o cuándo y cuánto disponga la inspiración?
En estos momentos, espero demasiado a la musa. Debería escribir algo todos los
días.
6. Mientras escribe, ¿la compañía de la música o la concentración del
silencio? ¿Ventana a la calle o habitación en el más absoluto aislamiento?
Habitualmente escribo en silencio y releo y corrijo con música acorde a la
trama. Siempre en reclusión monasterial.
7. A la hora de sentarse a escribir, ¿la eficacia de la computadora o la
proximidad del papel y la lapicera?
La computadora. Casi no me acuerdo de lo otro.
8. ¿Cómo qué autor o autora le gustaría escribir?
Borges,
Cortázar, García Márquez, Sábato, el joven Vargas Llosa, Bolaño, Amis,
Houellebecq y siguen...
9. La literatura y la escritura, ¿por qué y para qué las incluyó en su vida?
Se metieron no más, sin mi permiso conciente y aún no sé para qué me sirven.
Pero me resultan vitales como el agua y la comida.
*Martín Doria
(Colombia, 1973)
ha publicado con nosotros
Mi pequeña muerte,
una novela que cuenta tres historias grandes y mil pequeñas
alrededor de Andrés, un joven que termina su adolescencia en una ciudad del
Caribe colombiano -tradicionalmente plácida y hermosa-, hasta que los vientos
de la guerra desbaratan su mundo. La violencia política, el
terrorismo, la guerrilla, el secuestro y el ascenso feroz de
la narcoburguesía irrumpen en los ochenta y marcan, a su pesar, el rumbo
que tomará su vida.
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El...
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1º de julio de 1909 nace Juan Carlos
Onetti, escritor uruguayo.
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3 de julio de 1924 nace
Franz Kafka,
autor checo. Su obra más conocida es
La metamorfosis.
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7 de julio de 1930 fallece
Arthur Conan
Doyle. Logra dejar, eso sí, un personaje inmortal:
Sherlock Holmes.
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10 de julio de 1871 nace
Marcel Proust, escritor francés. En 1902, viene al mundo Nicolás Guillén,
poeta cubano, autor de una poesía repleta de ritmo y musicalidad, inspirada en
el folklore afrocubano.
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12 de julio de 1904 nace el Nobel Pablo
Neruda (seudónimo de Neftalí Ricardo Reyes).
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14 de julio de 2003 falleció el
narrador y poeta chileno Roberto Bolaño, considerado uno de los mejores
escritores latinoamericanos de finales del siglo pasado. Por su novela Los
detectives salvajes ganó en 1999 el premio Rómulo Gallegos.
Para recordar su obra, hemos seleccionado dos fragmentos:
Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir
todavía. Estaba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso
surgieron las cosas. Ese joven envejecido es el culpable. Yo estaba en paz.
Ahora no estoy en paz. Hay que aclarar algunos puntos. Así que me apoyaré en un
codo y levantaré la cabeza, mi noble cabeza temblorosa, y rebuscaré en el
rincón de los recuerdos aquellos actos que me justifican y que por lo tanto
desdicen las infamias que el joven envejecido ha esparcido en mi descrédito en
una sola noche relampagueante. Mi pretendido descrédito. Hay que ser
responsable. Eso lo he dicho toda mi vida. Uno tiene la obligación moral de ser
responsable de sus actos y también de sus palabras e incluso de sus silencios,
sí, de sus silencios, porque también los silencios ascienden al cielo y los oye
Dios y sólo Dios los comprende y los juzga, así que mucho cuidado con los
silencios. Yo soy responsable de los silencios. Yo soy responsable de todo. Mis
silencios son inmaculados. Que quede claro. Pero sobre todo que le quede claro
a Dios. Lo demás es prescindible. Dios no. No sé de qué estoy hablando. A veces
me sorprendo a mí mismo apoyado en un codo. Divago y sueño y procuro estar en
paz conmigo mismo. Pero a veces hasta de mi propio nombre me olvido. Me llamo
Sebastián Urrutia Lacroix. Soy chileno.
(extraído del inicio de Nocturno de Chile -publicada en el año
2000-, novela en dos párrafos: el primero de más de cien páginas, el segundo
compuesto solamente por la frase final)
Dicen que el amor hace a las personas generosas. No
sé, no sé; a mí sólo me hizo generoso con Nuria, nada más. Con el resto de la
gente me volví desconfiado y egoísta, mezquino, maligno, tal vez porque era
consciente de mi tesoro (de la pureza inmaculada de mi tesoro) y lo comparaba
con la putrefacción que los envolvía a ellos. En mi vida, lo digo sin miedo,
nada hubo semejante a las meriendas-cenas que tomamos juntos en las escalinatas
que descienden del Palacio al mar. Ella tenía una manera, no sé, única, de
comer fruta con los ojos perdidos en el horizonte. Aquellos horizontes de
auténtico privilegio. Casi no hablábamos. Yo me acomodaba un escalón por debajo
y la miraba, aunque no mucho, mirarla demasiado era doloroso, y bebía mi té con
delectación y parsimonia. Nuria tenía dos chandals, uno azul con rayas
diagonales blancas, el oficial, creo, del equipo olímpico de patinaje, y uno
negro ala de cuervo que resaltaba su pelo rubio y su cutis perfecto, arrebolado
por el esfuerzo, de muchacha de Botticelli; éste último era un regalo de su
madre. Para no mirarla a ella yo miraba los chandals y aún recuerdo cada
pliegue, cada arruga, lo abombado que estaba el azul en las rodillas, el olor
delicioso que desprendía el negro sobre el cuerpo de Nuria cuando la brisa del
atardecer nos evitaba cualquier palabra. Olor a vainilla, olor a lavanda. A su
lado, por supuesto, debí desentonar.
(extraído de su primera novela, Pista de hielo, de 1993)
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21 de julio de 1899 nace el
escritor norteamericano Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura
1954 y ganador del Pulitzer (1953), por su novela El viejo y el mar.
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22 de julio de 1990 muere
Manuel Puig, escritor argentino. Su notable obra, que incluye clásicos como
Boquitas pintadas y El beso de la mujer araña, está atravesada
por imaginarios y técnicas propias del mundo del cine.
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y 26 de julio de 1875 nace el
español Antonio Machado, autor que suele ubicarse dentro de la
Generación literaria del 98. En su obra poética se destacan los títulos
Soledades (1903), Campos de Castilla (1912), Poesías Completas
y Nuevas canciones (1924).
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